Un cuaderno de bitácora para navegar por la historia del arte. Cada entrada está relacionada con algunos de los estadios de la creación artística a lo largo de la Historia. Desde la Prehistoria hasta la más rabiosa actualidad. Todo un curso al ritmo pausado del calendario. Para aquellos que consideran que el arte existe porque la vida no es suficiente.

2/24/2020

EL RENACIMIENTO EN ESPAÑA. EL CONTEXTO HISTÓRICO Y LA ARQUITECTURA.

Fachada plateresca de la Universidad de Salamanca

EL RENACIMIENTO EN ESPAÑA

El modelo renacentista italiano no es identificable con claridad en nuestro país debido, entre otras circunstancias, a la imposibilidad de trazar una frontera rígida entre el último gótico y lo que llamamos Renacimiento. Por otro lado, en cada uno de los reinos que conformaban la Monarquía Hispánica (lo que hoy llamamos España, más o menos) existían unas características culturales y extraculturales que aportaban una cierta singularidad al conjunto (influencia del arte islámico, desarrollo del estilo mudéjar, etc.).

Condicionantes sociales y políticos que nos ayudan a entender el renacimiento español:
     La sociedad hispánica del 1500 tenía un componente mercantil muy débil en casi todo el territorio peninsular; sólo Cataluña y Valencia escapaban a esta debilidad, dado el empuje económico que ambos territorios experimentaron durante la Baja Edad Media. No era la hispánica, por tanto, un sociedad crecientemente burguesa. Por el contrario, la nobleza retenía en sus manos un enorme poder económico, aunque políticamente viera recortadas sus prerrogativas por el Estado monárquico, con una tendencia clara a la centralización y al absolutismo político. Es esa forma política del Estado la que explica la inexistencia de ciudades-estado o repúblicas en su territorio, como era frecuente en la península italiana y también en Alemania; al contrario, la sujeción impuesta a los municipios por los Reyes Católicos a finales del s. XV, y luego acentuada tras el aplastamiento de la revuelta de las Comunidades de Castilla (1519-1521), tuvo como consecuencia una escasa iniciativa cultural y artística por parte de las ciudades. Todo esto explica que el renacimiento español quede circunscrito a los dictados de la Corte, la Iglesia Católica y la Nobleza, que serán las instituciones y personas que impulsen el desarrollo del arte y, por tanto, la función que éste desempeñará. Este hecho supone una clara diferencia respecto al Renacimiento en el resto de Europa, donde la burguesía y, en conjunto, la sociedad civil impulsan el desarrollo de las artes.
     En España hay que subrayar de modo especial la continuidad Edad Media-Renacimiento, por la pervivencia de formas de poder, propiedad y mentalidad medievales en los siglos XV y XVI. Esta pervivencia la constataremos en la evolución de las formas artísticas, dada la efectiva pervivencia de las formas góticas y mudéjares (medievales), combinadas con las nuevas formas italianas (renacentistas), cuya entrada se ve facilitada por la intensa relación de los puertos mediterráneos españoles con Italia a lo largo de la Baja Edad Media, y al intercambio de materiales y de artistas entre los distintos estados italianos y los territorios de la Monarquía Hispánica.


LA ARQUITECTURA
 

Evolución estilística
La introducción de las formas renacentistas coincide con el momento en que se produce la Unión Dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón con el matrimonio de los Reyes Católicos, germen de la unión política de España. Es el momento en que, además se inicia, el ascenso del poder e influencia de esta Monarquía Hispánica en Europa. El descubrimiento de América y la toma de Granada (1492) son contemporáneos del inicio de las obras del Colegio de Santa Cruz de Valladolid, donde por primera vez se utilizan motivos decorativos a la italiana. El auge extraordinario que el último gótico tuvo en la península ( que por su riqueza sirve bien a esta poderosa monarquía, con tan fuerte componente flamenco-borgoñón), la tradición mudéjar (que consigue en la arquitectura civil edificios útiles, cómodos y baratos con los tradicionales materiales del ladrillo, la madera y el yeso) y la inercia técnica de los arquitectos y albañiles, acostumbrados a la labra de la piedra a la manera gótica, suponen un considerable freno a la plena aceptación de las formas y sistemas renacentistas.
Lo primero que se conocerá en España serán los repertorios decorativos, la labor de “candelieri” y “grutescos”, “trofeos”, etc. que se difunden fácilmente a través del grabado y que pueden ser aplicados a edificios estructuralmente góticos. La moda de lo italiano comienza pronto, pero se limita a los aspectos decorativos externos, ayudada también por la posibilidad de importar de Italia piezas sueltas decoradas (jambas de puertas, chimeneas, fustes y capiteles de columna, altares, sepulcros, etc.), que poco a poco se van incorporando al gusto de los poderosos. Será, pues, la arquitectura la primera de las artes en verse afectada por las novedades renacentistas.

El Plateresco
 El primer tercio del siglo XVI lo llena el estilo llamado “Plateresco” (término acuñado por Ortíz de Zúñiga en el s. XVII, al comparar lo menudo y rico de la decoración de este período con la labor de los orfebres y plateros). En estos primeros momentos lo meramente decorativo predominará sobre lo constructivo, aunque poco a poco se irán abriendo paso las nuevas estructuras arquitectónicas.
Los rasgos que permiten identificar este estilo, todavía muy influido por planteamientos medievales, son:
· Es frecuente que los paramentos exteriores de los muros estén almohadillados.
· Se emplea la columna abalaustrada, que pronto adquiere gran difusión, rematada con capiteles corintios o compuestos, decorados de modo fantástico. El fuste de esta columna consta de una parte superior terminada en su base en forma bulbosa y revestida de hojas, que por su semejanza con la flor del granado se llama balaustre.
· Se emplean pilastras recubiertas con abundante decoración de “grutescos” (figuras animales acabadas en formas vegetales).
· Se emplea el arco de medio punto, aunque con frecuencia se recurre al arco carpanel de tradición gótica.
· En las enjutas de los arcos y en los frisos se emplean con frecuencia medallones con cabezas clásicas o de fantasía. En esos mismos lugares se pueden colocar emblemas heráldicos.
· En cuanto a las cubiertas, se siguen empleando las bóvedas de crucería, pero las naves se decoran con rosetas clásicas, florones o medallones. También podemos encontrar bóvedas de cañón con casetones.
· Los edificios se rematan, con frecuencia, con cresterías y candelabros que equivalen, con motivos italianos, a las siluetas erizadas y caladas de los edificios góticos.
· En general, las proporciones no son en modo alguno clásicas; algunos elementos arquitectónicos se emplean con mucha libertad (columnas, entablamentos….), como si fuesen baquetones góticos, doblándose, ciñéndose a los arcos, etc.
· En general, la decoración recubre por entero las superficies, creando una imagen como de bordado, cuyo antecedente en España hay que buscarlo en la decoración mudéjar. De hecho, en algunos lugares se produce una síntesis entre el estilo mudéjar y lo renacentistas, el llamado estilo cisneros.

Las obras arquitectónicas más significativas de este período son:
· El colegio de Santa Cruz, de Valladolid, de Lorenzo Vázquez.
· La Puerta de la Pellejería de la Catedral de Burgos, de Francisco de Colonia.
· La Escalera Dorada de la Catedral de Burgos, de Diego de Siloé.
· La Iglesia de Santa Engracia de Zaragoza, de los Morlanes.
· La Portada de la Universidad de Salamanca, de autor desconocido.
· La Casa de las conchas de Salamanca.
· La Iglesia de San Esteban de Salamanca, de Juan de Álava.
· La Fachada de la Universidad de Alcalá de Henares, de Rodrigo Gil de Hontañón.
· El Palacio de Monterey en Burgos, de Rodrigo Gil de Hontañón.

Clasicismo Renacentista o Purista                                                                                                                                                El Renacimiento no se agota con las formas platerescas, otra corriente estará mucho más atenta a las pautas constructivas que caracterizan la arquitectura italiana de la época. Lo espacial y constructivo prevalecerá sobre lo decorativo. Un tratado de arquitectura del español Diego Sagredo, publicado en 1526, constituye la primera divulgación de los planteamientos renacentistas publicada fuera de Italia. En 1527 Pedro Machuca inicia en La Alhambra de Granada las obras del Palacio de Carlos V, el más clasicista de los edificios renacentistas españoles.
Para que no se olvide la efectiva simultaneidad de las dos corrientes señaladas, baste recordar que la mayoría de los arquitectos a quienes llamamos romanistas o clasicistas, también realizan obras platerescas e, incluso, llegan a mezclar ambas opciones artísticas. Tal es el caso de Rodrigo Gil de Hontañón o de Alonso de Covarrubias. Diego de Siloé, artífice de obras platerescas, también destaca por su intervención en la Catedral de Granada, de cuya construcción se hace cargo en 1528, abandonando los planteamientos góticos que Egas había comenzado e imponiendo la columna clásica, convirtiendo la Capilla Mayor en circular y coronándola con una cúpula, cuando lo tradicional hubiera sido situarla en el crucero. Sus obras son muy numerosas destacando la Catedral de Guadix, la de Málaga, la Iglesia de San Jerónimo también en Granada, etc.
Por último, destacaremos a Andrés de Vandelvira (1509-1575), que continúa los postulados de Diego de Siloé. En su obra sobresalen: la Iglesia del Salvador, el Hospital de Santiago, ambos en Úbeda, y la Catedral de Baeza. Su obra más importante es la Catedral de Jaén (1540) donde ensaya las cúpulas vaídas. La decoración en sus obras está constituida básicamente por los elementos arquitectónicos.

El Bajo Renacimiento: el estilo Herreriano.                                                                                                                           En España esta etapa se corresponde con el último tercio del siglo XVI, y llena el reinado de Felipe II. El Monasterio de San Lorenzo del Escorial, cuya construcción se inició en 1563 en memoria de la victoria española en la batalla de San Quintín, siendo concluido veinte años más tarde, es la obra más importante y representativa de este período. Esta obra y su autor dan nombre a un estilo, Escurialense o Herreriano, muy influido por la pureza de formas y la sobriedad decorativa de las obras de Bramante y de Miguel ángel, que se caracterizará por:

· La solidez de las estructuras arquitectónicas, ahora ya totalmente clásicas.
· Carencia absoluta de decoración, salvo la ornamentación que presten los propios elementos constructivos.
· La belleza del edificio se basa en la sólida monumentalidad del conjunto y en la correcta utilización de los prinipios y órdenes clásicos, con marcada preferencia por los más sobrios (dórico, toscano…). Este ideal conceptual y constructivo se relaciona con el austero paisaje castellano donde se asienta la obra y el ambiente espiritual para el que fue concebido, imbuido también de la austeridad de la vida monástica.
· En este estilo la gracia del Plateresco Purista es sustituida por la sobriedad de la lógica arquitectónica, llegando a alcanzar un sentido abstracto, puramente intelectual, de la proporción y de la medida, que dan al edificio un carácter simbólico.

La obra del monasterio fue iniciada por Juan Bautista de Toledo, arquitecto formado en Italia y que trabajó como aparejador en las obras de San Pedro del Vaticano a las órdenes de Miguel Ángel. El edificio había de ser, al mismo tiempo, palacio, iglesia, monasterio y mausoleo-enterramiento real. Su muerte a poco de iniciadas las obras, permitirá que su ayudante Juan de Herrera (1530-1597), sea el arquitecto encargado por Felipe II para la construcción del edificio, que será concluido en 1583. Modificó el proyecto de su antecesor; eliminó hasta seis torres en su afán de eliminar cualquier síntoma de profusión decorativa; elevó la fachada de poniente a la misma altura que las tres restantes, y como quiera que la iglesia, que se sitúa en el núcleo central del edificio, quedaba sin suficiente visión, añadió a dicha fachada una portada que no tiene relación directa con la iglesia. Juan de Herrera no sólo ejercerá un fuerte influjo estilístico en esta época sino un verdadero control artístico durante el reinado de Felipe II.

Análisis de la obra
La Planta del monasterio
La planta es un rectángulo de 207 metros por 61 metros. Es un ejemplo de geometría y claridad, con un eje central en torno al cual se disponen todas las estancias. Es un gran rectángulo del que sólo sobresale la zona destinada a los aposentos reales.
La Basílica o iglesia-Mausoleo se sitúa en el eje este-oeste. Presenta planta de cruz griega, típica del Cinquecento italiano, sobre la que se levanta una gran cúpula según el esquema de la de Miguel Ángel para San Pedro del Vaticano. Los brazos se cubren con bóvedas de cañón. El presbiterio está elevado con la doble finalidad de ser más visible albergar bajo su altar el panteón real. A ambos lados del templo, y casi simétricamente, se organizan los patios y demás dependencias de un sistema reticular que se equilibra perfectamente en torno a la cúpula. Esta disposición del plano recuerda la parrilla, instrumento de martirio de San Lorenzo.

Alzado del edificio
El nuevo estilo presidido por el cálculo y la simetría, es enemigo de toda exageración decorativa. La simétrica desnudez del alzado concuerda con la armonía geométrica de la planta. Es una obra de grandes proporciones, cuadrado, con una torre en cada ángulo. Despreocupado de toda ornamentación, Juan de Herrera concentra su habilidad en lograr la armonía de proporciones entre la superficie y la altura, entre las líneas verticales y las horizontales, entre el espacio vacío y los bloques de granito (material con el que se construye el monasterio). En este “inexorable cuadrilátero de piedra”, la fachada es un colosal muro de granito desnudo y sin más ornamentación que las sencillas ventanas. Esta austeridad sólo se suaviza ligeramente en la entrada principal, donde ocho columnas dóricas adosadas sostienen el pequeño cuerpo central, algo más alto, en el que se sitúa la imagen de San Lorenzo, rematándose éste con un frontón clásico. Las torres angulares, de 55 metros de altura, están rematadas con chapiteles de pizarra, típicos en la arquitectura de esta etapa. La cúpula y los campanarios sobresalen de la gran masa pétrea, pero sin distraer su pureza arquitectónica.
En torno al edificio hay una amplia explanada que permite su contemplación, acentuando al mismo tiempo su solidez y monumental austeridad.
Toda la decoración, muy escasa, que campea en los vanos o pináculos se reduce a motivos geométricos puros como pirámides, esferas, cubos, etc. Este simbolismo geométrico, de naturaleza hermética, hay que interpretarlo en clave matemática.
El conjunto, símbolo del Estado Universal de Felipe II, el Imperio donde no se ponía el sol, acusa frialdad y un desmesurado racionalismo. La severidad decorativa del monasterio inaugura el estilo herreriano, ligado al espíritu de la Contrarreforma Católica, encarnado en la figura austera del monarca.

Detalle del Patio de los Reyes
Este patio precede a la Iglesia. En la fachada utiliza el orden dórico por su simplicidad, claridad y geometría. Renuncia a todo ornamento vegetal o animal, tan sólo algunas figuras que representan a los reyes de Judá. Las proporciones de los elementos constructivos son la base de la belleza de esta fachada. Hay que remontarse a los antiguos templos dóricos para encontrar tanta sobriedad y clasicismo. Herrera se muestra más frío que los propios Bramante y Miguel Ángel, quienes dentro de su clasicismo gustan de romper el orden geométrico con algún brochazo de fantasía, libertad que nunca se permitió Herrera.

Otros proyectos de Juan de Herrera
De menor envergadura es su proyecto para la Catedral de Valladolid (1585). De planta cuadrada y concebida con dos torres muy grandes a los pies y otras más sencillas en la cabecera, según los modelos de Bramante para San Pedro. Su discípulo Juan de Nates construyó en el más puro estilo herreriano la iglesia de Las Angustias de Valladolid.


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