En estos tiempos de cambio acelerado, de selfis multitudinarios y de acceso instantáneo a la obra de arte a través del mundo digital, conviene que nos detengamos a pensar sobre lo que significa contemplar una obra de arte (sea lo que sea aquello que llamamos arte en cualquiera de sus múltiples lenguajes y manifestaciones) y huyamos de la precipitación narcisista de aquellos que solo aspiran a fijar su imagen junto a la "obra de arte". Una forma de decir, como Jan Van Eyck, fuit hic... pero cayendo en la trampa de creer que contemplar una obra de arte es llegar, hacernos la foto que acredite nuestra presencia junto a ella y después contar los likes que demuestren en instagram que nuestros amigos y a amigas ya saben que hemos visto aquello que no hemos tenido tiempo ni de contemplar ni de disfrutar y luego continuar con nuestro insaciable viaje hacia.... la nada!
Para propiciar esta reflexión con la que vamos a comenzar este curso, os propongo la lectura de este texto (fragmento de un artículo más extenso del autor):
Contemplar una obra de arte...
“No hay sustituto para la contemplación directa de la obra de arte. Cuanto más proliferan y se
perfeccionan los simulacros de lo virtual, mayor es el efecto de sorpresa de lo que llamó George
Steiner las presencias reales. En las imágenes de Google Art uno se sumerge para aprender
pormenores significativos que el ojo no habría advertido, pero nada de lo aprendido en ese
examen sirve para percibir la obra en una plenitud que es visual pero también es táctil, aunque no
la toquemos, y que implica el cuerpo entero. Estar delante de un cuadro es como estar delante de
un árbol o de una casa o de una persona. Basta un paso al frente o hacia atrás para que cambie
una relación en la que existe algo parecido a una corriente magnética en ambas direcciones. El
aficionado ávido que ya ha visto más veces la obra y sabe dónde está emplazada la va
anticipando cuando se aproxima a ella: en el umbral de la sala o al fondo de un corredor la
distingue de lejos. La hora del día, la presencia o la ausencia de público, el estado de ánimo, el
cansancio, el nerviosismo, intervienen en la experiencia.
La cualidad imperativa de la presencia real es aún más acusada en la escultura: no hay manera
de sustituir el poderío físico del volumen, el tamaño, la gravitación de la materia. Una escultura
puede ser rodeada y debería poder tocarse, a no ser que esté hecha con materiales muy frágiles.
Una escultura es un gólem que parece siempre a punto de cobrar vida. Aunque esté hecha ayer
mismo, parece milenaria. Una buena escultura tiene algo de ídolo de una religión arcaica, algo de
ruina arqueológica recién exhumada. Los Toros de Guisando se confunden con las rocas
graníticas del paraje árido en el que fueron esculpidos. A una cierta distancia, esas mismas rocas
son rebaños inmóviles de Toros de Guisando. Probablemente, mucho antes de que se empezara
a tallar la piedra y la madera y a pintar, el estremecimiento de la representación de lo real lo
conocieron los seres humanos observando formas llamativas de la naturaleza. Tal vez el principio
del arte está en el simple acto de mirar, como en la fotografía: mirar una roca y encontrar la joroba
de un bisonte, una rama de un árbol y descubrir en su línea quebrada el perfil de un caballo, unos
agujeros en el tronco de un árbol que sugieren unos ojos o la presencia oculta de alguien que mira
desde el interior. En la escultura es más evidente que en ninguna otra forma estética la conexión
originaria entre el arte y lo sagrado. Otros dioses aparte del de la Biblia modelaron al primer
hombre en barro en otros materiales maleables."
Antonio Muñoz Molina. Extracto de un artículo en Babelia, 28 de noviembre de 2015, sobre una exposición de esculturas de Picasso en el Moma de Nueva York.
Que la pandemia no nos prive de disfrutar de este viaje!
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