Quisieron los romanos emular a los antiguos atenienses construyendo en el ágora romana un templo que sobrepasara, por sus colosales dimensiones, la grandeza del Partenón. La ocasión les vino dada por los propios ciudadanos atenienses, que habían iniciado la construcción de un colosal templo en honor de Zeus Olímpico allá por el año 515 a. C. Será durante el reinado del emperador Adriano, en el 131 d. C., cuando la obra se concluya, casi seis siglos y medio después. Las proporciones colosales del conjunto, todavía visibles, podrían justificar la demora. Todavía quedan en pie quince columnas, testigos mudos de aquella grandeza. Estaba rodeado por una muralla de toba compensada en el exterior por los contrafuertes que sostenían columnas corintias. Los viejos capiteles jónicos del templo fueron sustituidos en época romana por los corintios que hoy las coronan.
Hoy el templo, o su memoria, se alza sobre un prado en el que crece, olorosa, la manzanilla. A lo lejos, la silueta imponente de la Acrópolis, hace enmudecer a todos cuantos creen que la altura de estas viejas columnas pudo, en algún momento, ensombrecer la belleza del Partenón.
En el Cerámico las tumbas hoy están vacías . Las estelas se alzan en silencio. ¿Dónde yacen hoy aquellos héroes que batieron a los ejércitos de Jerjes?
Estela funeraria del Museo Arqueológico de Atenas
El guerrero, tras una vida repleta de batallas, contempla pensativo la desolación del horizonte que hay más allá de la muerte. El casco y el escudo guardan silencio, ellos que han visto tanto.
El guerrero, tras una vida repleta de batallas, contempla pensativo la desolación del horizonte que hay más allá de la muerte. El casco y el escudo guardan silencio, ellos que han visto tanto.
El silencio presente de las piedras no impide oir el rumor incesante del pasado.
Templo de Aphaia, en lo alto de la isla de Egina. Pistachos a la sombra de los pinos mientras el azul del cielo nos observa. El rumor milenario de las piedras.
Vista del ágora de Atenas desde la Acrópolis
He vuelto, purificado, de mi viaje a Grecia . Los campos, cuajados de olivos y manzanilla, mantienen intacto el rastro de las ninfas y los dioses olímpicos. El Partenón, eternamente en obras, continúa dominando con su porte el altar sagrado de la Acrópolis. En Micenas, entre ciclópeas murallas, las amapolas siguen guardando el tesoro de Atreo. El mar, azul.
12 comentarios:
... el mar azul de Egina,
y el templo entre los pinos
de una diosa traviesa
que convierte los peces
en frutos de la tierra...
στην γιά σας!
El templo entre los pinos.....
cuánta belleza!
¡qué sabios aquellos griegos de Egina!
Un bosque mediterráneo derramándose por las abruptas montañas, el mar fundido en azul con el mismo cielo que ellos contemplaron...
Y cuando cae la noche,
servido por hetairas
en locales equívocos,
el buen licor de Baco
que recrea en los hombres
la risa inextinguible de los dioses.
Micenas...
la ascensión que conduce
a una muerte lejana
¿o tal vez a la vida?
La bóveda que atrapa
la esencia de lo humano.
La sangre que late en nuestras venas.
El corazón ya no.
La muerte es el destino trágico de los héroes. Desde Troya volvieron a Micenas, cansados de su gloria.
De todo lo que habéis dicho sólo entiendo lo del licor de Baco...
¿Y no has entendido lo de hetairas? Pringao.
Democlides, hijo de Demetrio, muerto
en las Arginusas con sólo veinte años.
Mis padres añaden al dolor
de ver morir, ya ancianos, a su único hijo,
el tener que cuidar de un sepulcro
vacío: cubre mi cuerpo, en verdad,
el piélago estéril.
Epigramas funerarios griegos, Madrid 1992, p. 235.
Me he quedado sin habla (glubs!)
Un "piélago estéril" nos suele cubrir ya en vida.
Y cuando no es del todo estéril es porque se halla repleto de merluzas y besugos.
Lo que es aún peor.
Efectivamente. ¡Qué chispa tienes! Como tú y yo sabemos bien, no hay nada peor que pasarse la vida bajo el peso de una enorme merluza.
Creo que los dos últimos comentarios, por muy graciosos que se crean sus autores, están fuera del tema del blog, por lo que pido al administrador que los elimine.
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