Escultura exenta, realizada en bronce, de 2,10 metros de altura. No se sabe si representa a Zeus o a Poseidón.
Representa a un hombre desnudo, de edad madura, en el momento en que se dispone a lanzar con su brazo derecho ¿una lanza? ¿un tridente? ¿un rayo?
Fue hallada, como tantas otras piezas originales griegas, en el fondo del mar, en 1928, cerca del cabo Artemisio, al norte de la isla de Eubea. Uno de los brazos de la estatua había sido hallado dos años antes, en 1926. El bronce ha sido datado hacia el año 460 a. C. ; la pieza corresponde, pues, al siglo de oro de la civilizanción helénica, al siglo V AC. cuando el arte alcanzó la plenitud en lo que a representación del ideal de belleza se refiere. La obra constituye uno de los paradigmas de la escultura clásica griega; veamos algunas de las razones por las que podemos afirmar esto:
- Por su composición: la perfecta y armónica disposición de la figura, firmemente anclada en el suelo, pero sin resultar estática o rígida, ya que la pierna derecha está levemente flexionada y el pie no se apoya del todo; la enérgica actitud que se desprende de los brazos extendidos, el izquierdo marcando la linea horizontal que equilibra el conjunto y marca el objetivo al que se dirigirá ¿la jabalina? (por ejemplo) y el izquierdo ligeramente flexionado y elevado, pero en paralelo al otro brazo, en el momento en que se dispone a la acción. La cabeza, girada en la misma dirección que marcan los brazos. Las extremidades inferiores dibujan un triángulo que, junto con la línea horizontal de los brazos, conforman una composición equilibrada y armónica. El artista representa, dentro de esta equilibrada composición, el momento de concentración intelectual y tensión física que precede a la acción. Equilibrio dinámico que se ve reforzado por el contraposto de la figura. ¡Cuánto habría admirado Miguel Ángel esta estatua, de haberla conocido! (ved su David).
- Por su perfecta representación del cuerpo humano (el del varón) desnudo. El artista logra "vivificar" la imagen, sin que resulte de ello una impostura. El hombre, ya maduro, aparece representado en la plenitud de todo su potencial físico. La anatomía bien definida, con los pectorales y el ángulo inguinal bien marcados. No hay en el tratamiento de los músculos exageración alguna: han sido modelados con exquisita precisión, pletóricos de energía contenida. La influencia del "Kanon" (Policleto) es evidente en las proporciones de la figura y en su perfecta simetría. El perfecto volumen de la imagen nos obliga a contemplar con detenimiento, a circunvalarla y examinar el virtuosismo de aquel que concibió y fundió semejante obra. Es la viva representación del ideal de belleza masculino de este siglo: el hombre de físico vigoroso y de equilibrado entendimiento. El ideal del ciudadano guerrero y deportista, capaz de combatir en el campo de batalla y de batirse en las asambleas ciudadanas. Ni Hércules, ni un hombre de cuerpo afeminado, simplemente varonil. O uno de esos dioses tan humanamente humanos, pero inmortales.
- Por su expresión contenida y serena. El rostro barbado, en el que se han perdido los ojos de pasta vítrea que, con toda seguridad, dotaban al bronce de una intensa vida, no ofrece sentimiento o emoción alguna que pudiera delatar el estado de ánimo del ¿dios? representado. Como en el "Discobolo", no hay tensión en el rostro, no hay correspondencia alguna entre la acción representada y el rostro. Es lo propio de este clasicismo severo, que considera de mal gusto la exteriorización de las emociones. El ciudadano virtuoso es aquel que logra que las emociones o el esfuerzo no se desborden en su rostro, que nada manche el equilibrado aspecto exterior y su equivalente interior.
¡Qué importa si la estatua estaba policromada o no! si representaba a Zeus lanzando su mortal rayo o a Poseidón lanzando su tridente... ¡Cuando contemplé esta obra en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas, me sentí anonadado! incapaz de abandonar la sala en cuyo centro se exhibe, anduve dándole vueltas durante un buen rato, contemplando desde diferentes ángulos este portento, sin atreverme a marcharme de allí, temiendo que el hechizo se deshiciera...