1436. Museo del Prado. Madrid. Óleo sobre tabla. Medidas: 220 cm x 262 cm.
Escuela flamenca. Temática religiosa.
- Procedencia de la obra:
- Capilla de los Ballesteros de Lovaina (Bélgica); adquirida por María de Hungría, para la capilla del Palacio de Binche; posteriormente enviado a España, a la capilla de El Pardo; Monasterio de El Escorial, 1574-1936; por Decreto de 2 de marzo de 1943 quedó establecido el depósito temporal, renovado mediante Acta de regularización de Depósitos con Patrimonio Nacional en 1998. Se exhibe en el Museo del Prado (Madrid).
- El gran maestro de Tournai centra la composición en la Compassio Mariae,
la pasión que experimenta la Virgen ante el sufrimiento y la muerte de
su Hijo. Para traducirla en imágenes, el pintor escoge el momento en que
José de Arimatea, Nicodemo y un ayudante sostienen en el aire el cuerpo
de Jesús y María cae desmayada en el suelo sostenida por San Juan y una
de las santas mujeres.
La riqueza de sus materiales -el azul del manto de María es uno de los lapislázulis más puros empleados en la pintura flamenca de la época- y sus grandes dimensiones, con las figuras casi a escala natural, evidencian ya lo excepcional de la obra. El espacio poco profundo, de madera dorada, en que Weyeden representa a sus figuras y las tracerías pintadas de los extremos superiores -imitando también la madera dorada-, al igual que el remate rectangular del centro, las hacen semejar esculturas policromadas. Además, el engaño óptico se refuerza aún más por el fuerte sentido plástico que Weyden imprime a sus figuras, siguiendo el ejemplo de su maestro Robert Campin, como hace en todas sus obras tempranas.
Weyden maneja con maestría las figuras representadas en un espacio limitado al fondo y en los extremos, donde los movimientos opuestos y complementarios de San Juan y la Magdalena cierran la composición. En el interior de ese espacio sobresale el juego de diagonales paralelas que diseñan los cuerpos de Cristo y de María, poniendo de manifiesto su doble pasión. Impactan los gestos, la contención con que se expresan los sentimientos y el juego de curvas y contra curvas que une a los personajes.
Es encargada por la Cofradía de los Ballesteros de Lovaina hoy en Bélgica para su capilla en la Iglesia de Nuestra Señora de Extramuros. En las esquinas superiores están representadas pequeñas ballestas. Adquirida por María de Hungría en el siglo XVI, pasa después a manos de su sobrino Felipe II. Éste la coloca en la capilla del Palacio de El Pardo hasta su entrega a El Escorial en 1574. Desde ese año estuvo allí hasta 1936 en que se trae al Museo Nacional del Prado, enviándose como contrapartida la copia de Michel Coxie. - Fuente: http://www.museodelprado.es/visita-el-museo/15-obras-maestras/ficha-obra/obra/el-descendimiento/
- Otra aproximación de ARTECREHA:
La aportación de los Primitivos flamencos a la Historia
de la pintura ocupa un lugar de preferencia. En primer lugar por la
difusión que hacen de la técnica de la pintura al óleo, una técnica ya
conocida, pero que ellos prodigarán con una insuperable maestría. Su
aplicación sobre las tablas en madera conseguirá unos efectos de
luminosidad y brillo en sus cuadros, y una minuciosidad en la captación
de los detalles más pequeños que confiere a su pintura una calidad
excepcional. Con ello además la pintura se adentra en un marco de
captación de la realidad que lo aleja del simbolismo medieval, algo que
para muchos autores prueba su modernidad y lo aproxima a los
renacimientos del S. XV.
Entre
la nómina importante de autores que se integran en esta tendencia,
todos ellos de una calidad y relevancia enorme, habría que contar entre
otros con Humberto y Jan Van Eyck, Robert Campin, y desde luego con el
discípulo de este último: Roger Van der Weyden. De todos los nombrados
Van der Weyden es el más rotundo en el tratamiento de las formas y en la
captación del volumen, el más expresionista y dramático en el trabajo
de sus iconografías, y el más brillante en el uso del color. No destaca
por el detallismo de Van Eyck, ni abusa del simbolismo, utilizado por
otros autores. Por el contrario su exaltación de los sentimientos
humanos y su plasmación de dolor, la emoción o la tristeza, lo
convierten en un artista muy próximo al espectador. A lo que habría que
añadir una técnica impecable, por lo que no ha de extrañar la fama que
disfrutó en vida. La suya es una pintura predominantemente de tema
religioso, aunque son igualmente magníficos sus retratos.
EL PORQUÉ DE SU BELLEZA
Entre
sus obras principales destaca por encima de todas su famoso
Descendimiento del Museo del Prado, una de las más bellas realmente que
se pueden contemplar. Su iconografía está clara: la del episodio
evángelico más humano y más dramático también, el del descenso de Cristo
de la cruz, ante su madre y sus más próximos. Allí aparecen José de
Arimatea al lado de la cruz; San Juan ,junto a una de las Tres Marías en
uno de los lados extremos; Nicodemo y otra de las Tres Marías al otro
lado, y en el centro los dos protagonistas, Jesús y la Virgen, en una
posición paralela que los une estéticamente en un mismo símbolo del
dolor, el de la muerte del hijo ante su madre.
Pero si nos quedamos embelesados ante esta obra es en nuestra opinión por tres motivos principales:
En primer lugar por la pulcritud técnica
con la que se ha resuelto. La técnica al óleo cumple aquí su papel de
tratar la escena con una definición y brillo especiales, que la acercan
particularmente al espectador. El trazo es firme y de perfiles precisos,
lo que remarca su volumen y potencia el realismo de las figuras que
parecieran a punto de traspasar el marco del lienzo. La luz es brillante
y además de recrear una atmósfera diáfana, reproduce una escena de una
extraordinaria nitidez. Y todo ello, sin olvidar los detalles exquisitos
desperdigados por la tabla, como las lágrimas que recorren el rostro
nacarado de la Virgen o de las Marías, tal si de perlas se tratara.
En segundo lugar su fuerte expresionismo.
Es cierto que la tradición flamenca es rica en un arte lleno de fuerza
expresiva y dramatización, pero la escena que plantea Van der Weyden se
interpreta como un drama teatralizado en el que los rostros, los gestos,
las distintas actitudes de los personajes, incluso la dureza que
despliegan los dobleces de los paños prodigan una exaltación de los
sentimientos y las emociones, con las que su autor manifiesta su
preferencia por la exageración dramática en detrimento de un mayor
realismo.
Por último el color.
El color de Van der Weyden en esta pieza es insuperable e irrepetible.
Sus colores son únicos, inimitables, y muestran además una fuerza
cromática, una potencia visual y una armonía de una elegancia y una
vistosidad extraordinarias. Imposible apartar la vista del azul de la Virgen,
de los blancos inmaculados de las togas y turbantes, de los rojos
brillantes, de los violáceos, del verde imposible de María sosteniendo a
la Virgen….
Probablemente y por todo lo dicho, una de las obras más bellas y extraordinarias de toda esta sección.FUENTE: http://www.artecreha.com/Historia_de_la_Belleza/qdescendimientoq-de-van-der-weyden.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario